Si en la vida cotidiana se está lleno de maldad, no basta con rezar para lavarse la conciencia
Existen diferentes refranes, dichos y frases que expresan el concepto de la dualidad y de la ambiguedad tipica de muchas personas. Decir por ejemplo "las apariencias engañan" o "predicar bien y hacer el mal", en modos diferentes un comportamiento conforme solo superficialmente a la mora y a las reglas sociales. En la realidad los mismos individuos que se hacen portadores de verdad y coherencia son luego los primeros en mostrar el lado peor en lo privado, en una especie de doble identidad.
via inc.com
El discurso vale para la religión, para las normas del común vivir, en el trabajo, en la vida de pareja y familiar. Existen aquellos sujetos que primero apuntan el dedo contra aquello que no va, criticando la obra o el pensamiento de los otros, cuando luego en secreto cometen los mismos errores o comparten la misma opinión. Habrá ocurrido un poco a todos de emprender un discurso con quien condena al Gobierno por su corrupción, los ciudadanos por la falta de respeto de la ley, cuando luego él mismo no pierde ocasión para defraudar, no pagar impuestos o contravenciones a las más básicas costumbres cívicas.
Además que de pura hipocresía se trata de una comedia que cada día viene llevada adelante y recita delante al público, mientras a pocos que tienen la mala suerte de compartir cotidianeidad le toca la parte mas oscura. El mundo está lleno de falsos moralistas, de defensores de la ética que tienen la cara limpia y el alma sucia. El mundo de las redes sociales ha hecho luego en modo de amplificar todavía más este aspecto inherente a la interioridad de muchas personas. Lo que se publica, entre publicaciones e imágenes, es solo lo que queremos mostrar, no es la verdad.
Así sucede que se crean dos realidades paralelas que coexisten en la misma dimensión. El de personas activas, brillantes, felices, respetuosas y normales, que ocultan diariamente la simple banalidad de su existencia y la enmascaran con otra que sea más interesante y compartida por otros.
Lo que se nos escapa es que las mismas personas que aprueban desde el otro lado de la pantalla son exactamente como las otras, pecadores iguales disfrazados de santos. Vivir en dos pisos no solo es agotador sino también poco saludable, produce conflictos internos y nos aleja cada vez más de lo que es la versión original de nosotros mismos.
Así, una población de traidores y mentirosos está creciendo, pero el antídoto es simplemente aceptarse uno mismo como se es . Se necesita trabajar todos los días para dar un pequeño paso más hacia la persona que nos gustaría ser, y hasta ahora solo hemos fingido serlo.