No es necesario jamás comparar un niño con otro: cada uno de ellos es único en su género
En el trabajo, en las relaciones sociales y en las relaciones las personas hacen continuamente competencia para conquistar una posición, un estatus, encontrándose siempre a ser puestos frente a otros. No obstante se busque de magnificar el talento particular o la contribución especial que cda uno tiene y puede dar, se continúan a seguir siempre los mismos esquemas. Aquello puede ser "tolerable" para los adultos pero inaceptable cuando se habla de la educación de los más jóvenes.
En el interno del ambiente famiiar es equivocado, por no decir deletéreo, comparando un niño con otro, que se viene haciendo puntualmente por los propios padres con sus hijos mayores y menores, o con los de otros. No existe una edad precisa o exacta para comenzar a caminar y hablar, no debemos usar continuamente las actitudes y cualidades de un tema como criterio para todos.
Sentir decir, por ejemplo, de mamá o papá que el hermano o la hermana es mejor o peor en algo, no hace más que alimentar el odio y la envidia entre los niños. Es una carrera que nadie puede ganar porque se lleva a cabo en dos caminos diferentes, que ni siquiera llevan al mismo objetivo. La vida que espera a los pequeños justo afuera de la puerta ya es difícil, entonces ¿por qué desperdiciar energía?
El mismo sistema escolar a menudo lleva a muchos niños a sentirse inadecuados, reducidos a simples números con los que se pretendería reducir y resumir todo lo que son y tienen que ofrecer. Por un lado, se objetaría que estos sistemas aún son necesarios igualmente para establecer parámetros compartidos universalmente, pero lamentablemente de esta manera corremos el riesgo de perder una verdadera herencia humana en el camino.
¿Cuál puede ser la solución? ¿Cuál es la manera intermedia de criar a los niños de manera equilibrada? Ciertamente, no la comparación, es decir, no atacar sobre la frente de cada individuo una etiqueta también visible para otros. Debemos limitarnos a verlos interactuar, dejando simplemente que la naturaleza siga su curso. Cada habilidad saldrá en el momento adecuado.
Por lo tanto, es mucho mejor educar a los jóvenes y los muy jóvenes para que cooperen, no para competir, porque en ausencia de la "ansiedad de rendimiento" antinatural, cada sujeto puede desarrollarse libremente. Sin la presión del juicio y la confrontación, los niños dejan de prestar atención a lo que no cuenta y se enfocan en sí mismos, aprendiendo unos de otros.