Este hombre ha dejado el trabajo de vigilante para dedicarse a hacer la manicura, derrotando su depresión

por Patricia Zorzenon

20 Diciembre 2019

Este hombre ha dejado el trabajo de vigilante para dedicarse a hacer la manicura, derrotando su depresión
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Inclusive viviendo en una época tecnológicamente muy avanzada, en donde el homo sapiens ha dado hasta ahora la máxima expresión de su inteligencia, estamos en contacto con prejuicios antiguos y ausentes de algún fundamento, como la subdivisión entre trabajos masculinos y femeninos.

Hay historias como la de Robson Aparecido Barbosa que hacen borroso el límite entre ocupaciones para mujeres y para hombres y que revelan como una apertura mental puede mejorar netamente la calidad de vida. Este hombre, de hecho, ha logrado a salir del túnel de la depresión dejando su viril empleo de vigilante y dedicándose en vez a hacer la manicura a las clientes del salón de la mujer.

via gazetadopovo.com.br

manicuro_robson /Instagram

manicuro_robson /Instagram

Robson Aparecido Barbosa trabajaba como vigilante, pero algo en su vida no estaba bien: con el tiempo ha desarrollado una verdadera y propia forma de depresión, llegando a intentar incluso gestos extremos.

Después de una larga terapia, el psicólogo le ha aconsejado de dedicarse a alguna actividad manual, algo que le tuviera ocupada la mente del momento presente. Así, para no quedar solo en casa, Robson ha comenzado a darle una mano a la mujer en el salón de belleza. "He comenzado a quitar el esmalte, a limar las uñas y así he comenzado a aprender lentamente hacer la manicura", ha dicho el hombre.

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Robson admite que al principio sentía verguenza a cubrir el rol convencionalmente desarrollado por mujeres, pero si como el trabajo que hacía en el negocio de la mujer lo hacía estar bien, ha decidido de no darle importancia al prejuicio de la gente.

Hoy Robson es un verdadero onicotécnico muy requerido en el salón de belleza: hay clientas que atraviesan la entera ciudad para hacerse las uñas con él. Por otro lado, Robson parece ser muy bueno, escrupuloso y hábil con los instrumentos.

Cualquiera que haya visitado un salon de belleza, sabe que en estos puestos no se va solo para hacerse un maquillaje, dar un toque a los cabellos o un arreglo a las uñas. Aquí se habla, se discute, se enfrentan y se confiesan. Las conversaciones con las clientes para Robson ha sido una verdadera y propia terapia: "Cuando hacía el trabajo de vigilancia no hablaba mucho, al máximo intercambiaba dos palabras con el supervisor. El servicio era siempre de noche y estaba siempre rodeado del silencio". Hoy, en vez, inclusive cuando Robson está triste, piensan los clientes del salón en hacerle volver la sonrisa con una broma.

Este hombre ha logrado a escapar de las garras de la depresión poniendo en discusión su trabajo y tirándose sobre un camino recorrido raramente por los hombres: y sin embargo, es exactamente aquí que ha encontrado la tranquilidad, libre de prejuicios.

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