Monja deja el convento después de 20 años: "encontré mi alma gemela"
No todas las personas están hechas para vivir la misma vida. También es cierto que el destino común de la mayoría de las personas es el de trabajar y formar una familia, por ejemplo. Se trata de un esquema social, pero también es verdad que el instinto primordial del ser humano nos lleva a una dirección específica: encontrar a otra persona y luego procrear con ella. Para hacerlo se necesita de varios elementos, entre estos incluimos una cierta independencia económica que se traduce casi siempre a una entrada proveniente de un trabajo.
La historia de la cual estamos por hablarles es bien distinta a estas "pautas" a las cuales estamos acostumbrados.
via Insider
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Monica Hingston es una mujer que en la vida tomó una decisión única, en realidad más de una. Desde joven fue adoctrinada por una familia muy religiosa hacia aquellos valores católicos como el altruismo, la compasión y la fe.
Poco más que una joven adolescente la joven ya había quedado muy impresionada por el ambiente religioso: "iba a una escuela parroquial y las monjas eran mis maestras, pero no se limitaban a enseñar. Nos invitaban a algunos amigos y a mi al convento para ayudar y el clima que se respiraba era increíble. Quedé enamorada de su trato amable, bromeaban y reían entre ellas".
Comprometerse en esas actividades de voluntariado era para Mónica una oportunidad para ayudar a los necesitados haciéndola sentir realizada y feliz y para no hacerse algunas preguntas definitivamente incómodas.
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De hecho, la joven se había dado cuenta que le interesaba mucho más la compañía femenina de sus amigas con respecto a la de los chicos. El convento parecía un ambiente estimulante, caritativo y era capaz de mantener lejos esos pensamientos. Así que Mónica se casó. Sí, pero con Dios: el procedimiento del tiempo consistía de hecho en desfilar vestida con un vestido de novia, pero sosteniendo de su mano, la tradicional túnica negra de monja. Esa era su "admisión al convento", la ceremonia inaugural de quien hacía sus votos y se consagraba ante el Señor.
Después de 21 años dentro de un convento la monja había decidido tomarse un tiempo para un año sabático. Entonces viajó hasta Chile y fundó junto a otras dos monjas un centro para ayudar a las personas necesitadas.
Se encontraba muy bien trabajando al lado de una de ellas, Peg, una monja algunos años más grande que ella. Algo había cambiado en Mónica y también Peg parecía tener los mismos sentimientos.
"No quiero que te vayas y vuelvas al convento, pero tengo miedo de pedirte que te quedes" le había confesado Peg. Mónica en ese momento se dio cuenta de lo que había pasado: se habían enamorado.
La pareja disolvió sus votos y se mudó a Torquay, en Australia, para vivir felizmente como pareja libre de expresar su amor. Su sueño era el de casarse, aunque eran bien conscientes de que no podrían hacerlo en la iglesia: las leyes de la época se habían endurecido para impedir las relaciones entre personas del mismo género. Mónica le suplicó también a su primo, el cardenal George Pell, en ese momento tesorero del Papa y firme partidario de esa política conservadora, de que cambie idea y ayudarlas a coronar su deseo.
Las dos mujeres no lograron casarse pero compartieron muchos años magníficos, en armonía y gran serenidad. Una historia emocionante la de ellas que nos recuerda siempre que sigamos a nuestro corazón.